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lunes, 12 de junio de 2017

Shades of cool

(Escuchando a Lana del Rey)

La noche va cayendo, sigilosa,
cuando mis labios paladean
tu voz de licores frutales,
que anega mis oídos
en las curvas de su arroyo.
Sueño la inocencia de tu lujuria
mientras nadas, ingrávida sirena,
en el acuario de mis deseos.
Tú emerges de sombras azules
cuando fuera de mi ventana
solo ruge la voz de la tormenta,
cuando la noche se desmorona
sobre la turbia luz de los faroles,
con sus lágrimas innumerables,
líquidas ruinas de las estrellas.
Tú le cantas a un hombre
celeste, inaccesible, que te mira
con la indiferencia de los dioses,
con su donaire de galán de cine;
tan irreal como un espejismo
de glaciares entre las dunas,
tan lejano del fuego de tu pubis
como yo de la impura California.
Su corazón jamás ha probado
la herrumbre de los amores,
a diferencia de los puentes.

Ese frágil misterio
de tu voz me acaricia con su timbre,
lánguido y susurrante.
No podría tocarlo con mis dedos,
pero me desoriento en los caminos
de la imaginación liberada.
Persigo cerrando los ojos,
en las cuevas marinas de la mente,
un manantial de luz inagotable,
un cometa disuelto en el agua.
Cada vez que te escucho,
yo también he vivido en California
y he surcado largas avenidas
en un coche flamante
bajo el vértigo de las palmeras.
Lana del Rey, tus labios iluminan
el paraíso de los sueños:
encienden faros en la noche,
hasta que al fin la música se apaga
y, tras la lluvia del invierno,
me deja solo,
mientras aún resuena en mis oídos
la música inefable de tu nombre.


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