Desde
tu adolescencia,
apenas
encajabas en el mundo
que
habían inventado tus mayores:
un
orden ideal en apariencia,
detrás
del que moraban, en la sombra,
los
escuálidos perros de la angustia.
Súbito,
inesperado,
el
trueno de una música impetuosa
conmovió
tus oídos;
te
concedió los dones
del
grito y de la rabia,
la
voz del insurgente.
Sobre
los escenarios liberaste
la
furia, la sagrada rebeldía.
Las
guitarras eléctricas sonaban
como
desgarramientos en un velo.
Sobre
su fondo turbio,
emergía
tu voz como un aullido,
como
un eco fatal de tu conciencia,
la
de los que se saben diferentes
al
resto de los hombres.
Al
fin de los conciertos
astillabas,
furioso, tu guitarra,
como
hicieron las ménades salvajes
con
la lira de Orfeo.
Pero
moriste demasiado joven,
como
los favoritos de los dioses.
El
mundo no sabía comprenderte;
desconoció
tu furia.
Ahora,
desde un tiempo de grisura,
sobre
los adoquines del presente,
el
mundo cobra el tono del hastío
y
escasean audaces y rebeldes.
Con
herida nostalgia,
miro
atrás, a las aguas del pasado;
venero
tu memoria borrascosa,
bebiendo
una infusión de hierbabuena,
Kurt Cobain, en tu nombre.
Kurt Cobain, en tu nombre.
Pennyroyal Tea. Unplugged in New York, 1993.
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