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domingo, 26 de febrero de 2012

La procesión de los republicanos

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En los comienzos de mi adolescencia, se quedó grabada en mi memoria una anécdota que demuestra la religiosidad hipócrita de gran parte de la sociedad española. Una mañana de Viernes Santo, en mi ciudad natal, acudí a la procesión de la Virgen de las Angustias, que la gente conoce también como procesión de los republicanos, pues se dice que los republicanos de la ciudad, curiosamente, solían acudir a este acto religioso en los años del franquismo, convirtiéndolo en un homenaje silencioso a los republicanos asesinados o perseguidos en la guerra civil y la dictadura. La talla de la Virgen pasea vestida con un manto negro; sobre sus mejillas corren algunas lágrimas; toda ella parece un espejo del dolor de Cristo, una encarnación sobria pero conmovedora de la angustia. La comitiva procesional se detuvo en la confluencia de dos calles; por alguna tradición cuyo origen no conozco bien, la imagen frena su marcha en este punto y los músicos de la banda municipal tocan el llamado Adiós a la vida, un fragmento de Tosca, la ópera de Puccini, en que el pintor Mario Cavaradossi, uno de los protagonistas, canta la célebre romanza E lucevan le stelle, poco antes de morir fusilado. Supone una paradoja el hecho de que en una procesión celebrada en Viernes Santo se utilice la música que acompaña las palabras de Cavaradossi, un pintor que no cree en el Dios católico y que probablemente sea agnóstico o ateo, pues rehúsa los auxilios espirituales que le brinda un confesor y cuando canta su romanza, viendo acercarse la hora de su fusilamiento, no se dirige a ninguna divinidad, como se esperaría de un creyente, sino que rememora los momentos de gozo que vivió con su amada, Floria Tosca, y termina entonando un lamento desgarrador e intensamente humano, la queja de un hombre que se resiste a morir: E muoio disperato! E non ho amato mai tanto la vita (¡Y muero desesperado! ¡Y jamás he amado tanto la vida!)! Tal vez los republicanos que acudían a esta procesión identificaran el martirio de las víctimas del franquismo con el de Cavaradossi, un partidario del liberalismo que muere fusilado por su ideología.

En aquella ocasión, tendría yo doce o trece años. Mientras el Adiós a la vida sonaba, una indigente rumana pasó con un niño en sus brazos, que posiblemente fuera su hijo, pidiendo limosna a las gentes reunidas en la acera para contemplar la procesión. La indigente se acercó a unos y a otros, rogándoles unas monedas; sin embargo, nadie se dignó a darle nada, aunque ese día fuera Viernes Santo; aunque tal vez horas antes, en las iglesias, los sacerdotes hubieran reflexionado sobre la caridad en sus homilías; aunque todos los allí congregados afectaran solemne devoción y profundo recogimiento; aunque todos se estimaran fieles y honorables cristianos. Solo mi madre, a instancia mía, le dio algunas monedas. En aquel momento, todos preferían ensimismarse en la idolatría, en la adoración de una imagen bellísima, pero inanimada, mientras olvidaban que el otro, el semejante que padece, con independencia de la causa de su sufrimiento, debería ser más sagrado para el resto de los hombres que todas las imágenes y ritos. En pleno Viernes Santo, cuando la divinidad muere en la cruz, identificándose absolutamente con el género humano y sus padecimientos, nadie se atrevió a reconocer la sacralidad del otro. Nadie mostró la valentía necesaria para reconocer a Cristo en la indigente. Tampoco nadie reconoció la figura de la Mater dolorosa, la madre angustiada por el destino de su hijo, que salía en procesión aquella mañana, en esa mujer cuyo rostro no disimulaba su inquietud por el futuro incierto del niño que llevaba en sus brazos. Todos preferían abstraerse de la realidad inmediata en aquella ceremonia, transformándola en un simulacro de piedad típicamente burgués, vacío de sentido, pues ninguna virtud religiosa, como la caridad, se escondía tras él.


E lucevan le stelle (romanza del tercer acto de la ópera Tosca). Giacomo Puccini. Jonas Kaufmann, tenor.

2 comentarios:

Mario Domínguez Parra dijo...

Un texto muy bello, Ramiro.

Un abrazo.

Ramiro Rosón dijo...

Gracias, Mario; me alegro de que te parezca hermoso. Un abrazo.