Johann Sebastian Bach. Canon a 2 Quaerendo invenietis, de La ofrenda musical. Intérprete: Musica Antiqua Köln.
Quaerendo invenietis. Buscando hallaréis. Así decía Juan, el evangelista. Así se llama uno de los cánones de La ofrenda musical, de Bach. Pero, ¿qué estaba buscando Bach mientras escribía este canon? Parece que estuviera indagando en la mente de Dios, en el nebuloso andamiaje de las leyes matemáticas que rigen el Universo, dibujando con las notas de su canon un velado reflejo de estas leyes. Gracias a la musicología, sabemos que la música de Bach, a menudo, se basa en combinaciones y series de números. Ya Pitágoras decía que todo es número. Y Bach, en su música, buscaba la armonía universal, la proporción divina, el número dorado, la magnitud a la que acaso responden todas las cosas del universo, desde la caracola que descansa en las orillas del mar hasta la forma de las galaxias espirales. Creó una música intelectual, hija de las especulaciones de la mente, y sin embargo llena, paradójicamente, de un hondo misticismo, que nace de su misma intelectualidad. Al igual que los geómetras del Renacimiento, como Luca Pacioli, buscaban la huella de Dios en la perfección de las figuras geométricas, Bach la buscaba en la perfección de las figuras musicales. Aunque La ofrenda musical, en apariencia, sea una obra de mero contrapunto, la mística se esconde tras las apariencias. Es una obra profana, sí, pero en la mayoría de las piezas que la forman se advierte una poesía enigmática, una estela de meditaciones que se pierde en el silencio, una velada presencia de lo trascendente.
El canon tiene dos voces; cada una es el reflejo invertido de la otra. Cada voz es el espejo sonoro de la otra. Pero la segunda voz no se recogía en la partitura original de la obra; el músico debía inferirla de la primera voz, tocando al revés la secuencia sonora de ésta. De ahí viene el nombre del canon; para hallar la segunda voz, es necesario buscar en la primera. Podría decirse que Bach ha reflejado en su canon, con ese juego de espejos, una de las ideas que Leibniz enunció en su Monadología y que se deriva de su noción de armonía preestablecida: todos los seres son espejos del Universo. La música es una especie de Vía Láctea, un camino de estrellas, una senda de breves puntos luminosos que nos guían, como la Vía Láctea guiaba a los peregrinos, en la inmensa noche oscura que atravesamos como si lleváramos una venda en los ojos y diéramos palos de ciego, en vano, entre las sombras. Sólo debemos ir tocando esos puntos luminosos, esa cartografía de la vida humana, como si fuéramos ciegos que leyeran un libro con los dedos, para llegar a la meta de nuestros pasos, a la fuente de la verdad, que nos aguarda paciente y escondida.