Vistas de página en total

sábado, 26 de septiembre de 2009

El órgano

Una mañana de sábado, en La Orotava, los ecos del órgano salen de las puertas de la iglesia de la Concepción y se esparcen por el aire de la plaza, donde las grandes palmeras abren sus penachos en la tibieza de la mañana y las hortensias nacen como globos rosas, violetas, azules y nevados. Atraído por esos ecos, entro en la iglesia. Es un recinto umbroso, calmo, dilatado. Como si fuera un viajero, asombrado, vago entre grandes columnas corintias y retablos del siglo dieciocho. Entro en una pequeña habitación, donde hay una pila bautismal de mármol blanco, una imagen del niño Jesús con un cordero a sus pies y una vidriera que representa el bautismo de Jesús. Sigo caminando bajo las naves de la iglesia y me detengo ante el púlpito de mármol de Carrara, sostenido por un ángel que hace de cariátide, un ángel de mirada y postura serenas. Me siento en un banco. Desenterrando los vestigios de mi fe maltrecha, intento rezar y apenas digo tres oraciones. La iglesia se ha quedado vacía. Antes de salir a la calle, me dirijo en alta voz al organista: “Toque algo de Bach, maese organista”. De súbito, me invade el ansia de escuchar la armonía de las esferas en la música del genio alemán.

Y debió de escucharme, ya que, unos minutos después, cuando vuelvo a la iglesia, está sonando un coral de Bach. La música, como un agua bautismal y purificadora, inunda el aire de las bóvedas. Los motivos sonoros se van reiterando como los arcos y las columnas. Las notas forman arabescos luminosos que parecen elevarse hacia Dios. Y, por unos momentos, el órgano ilumina la iglesia con la luz de un mundo desconocido, un mundo que descansa más allá de la muerte. Es una luz inmaterial, invisible, pero no menos cierta y fulgurante que la luz solar que atraviesa las vidrieras de la iglesia en esta mañana. Es una luz interior, cuya presencia me conmueve. Esta luz se trasvasa, por el órgano, desde ese mundo hacia éste, y se filtra en mi alma por mis oídos, que la están escuchando ahora. El órgano tiende un aéreo puente de sonidos entre dos mundos, entre dos orillas. Por unos momentos, en esta orilla se respira una paz inmensa, que refleja la paz infinita de la otra. Mi alma, sacudida por las resonancias del órgano, despierta del hondo sueño que estaba durmiendo. Y los vestigios de mi fe maltrecha resurgen de las sombras de mis dudas.

4 comentarios:

Emetorr1714 dijo...

Un bello recorrido por la Iglesia de la Concepción, que ha hecho que creyera que era yo el que estaba en su interior.
Aunque ya no tengo fe, ni creo en nada ni en nadie, me gusta entrar en las iglesias buscando esa paz y tranquilidad que se respira y que invita a la reflexión. Me gusta y me encuentro a gusto.
Si encima suena el órgano (casi nunca) ya no te digo...

Saludos afectuosos

PÁJARO DE CHINA dijo...

Ramiro, no soy una criatura de fe religiosa y, sin embargo, tu escritura me serena y me emociona y me veo allí, en esa iglesia, escuchando a ese organista que toca para mí. Será ese el don de la literatura, mostrarnos huellas del dios del que dudamos. Un abrazo.

Ramiro Rosón dijo...

Fandestéphane, me alegro de que te haya resultado sugerente mi escrito. Cuando uno traslada al papel una vivencia, intenta hacerlo de modo verosímil, reflejando el mundo sensible y el espiritual al mismo tiempo. Esta vez, me llamó la atención el hecho de que el organista estuviera tocando a una hora a la que no se celebraba misa y la iglesia se hallaba casi vacía. Me imaginé a Bach ensayando sus obras en el órgano de la iglesia de santo Tomás de Leipzig. Casualmente, el órgano de la iglesia de la Concepción es alemán y se me pareció, en cierta medida, al órgano de la iglesia de santo Tomás de Leipzig, cuyas fotos aparecen a menudo en los libros de historia de la música.

Comprendo bien lo que dices. Cuando he tenido crisis de fe, yo también he entrado a veces en una iglesia y, aunque no haya rezado, me he sentado en un banco a meditar y me he sentido más sereno, como si un sosiego indefinible curase de su turbación al alma.

Un abrazo.

Ramiro Rosón dijo...

Mariel, al escribir este apunte, mi intención era dar una visión serena y luminosa de la trascendencia, ayudado por los recuerdos de la música de Bach. Y me conformo con que algo del espíritu de esa música haya quedado en estas palabras. Quizás la literatura posea el don de revelarnos la verdad escondida, que huye del razonamiento y el análisis lógico, y, si no puede revelarnos esa verdad, nos la sugiere al menos. A veces, me pregunto si escribo para buscar las huellas, los indicios, los signos de ese Dios del que yo también, en muchas ocasiones, dudo. El ser humano camina por sus días buscando luces en medio de la noche y verdades más allá de las apariencias visibles.

Muchas gracias por seguirme leyendo; tus comentarios son enriquecedores. Un abrazo.