Vistas de página en total

domingo, 30 de agosto de 2009

A Jesús crucificado

Cristo crucificado, de Francisco de Goya. Óleo sobre lienzo (1780).

Amante universal, que a todos amas,
hoy mis desolaciones te confieso.
En tu grave presencia, me embeleso,
mientras en tu silencio, mudo, clamas.

Incéndiame en la hondura de tus llamas
y acabaré de tal incendio preso.
Ahora que tus pies y manos beso,
anégame en la sangre que derramas.

Bajo tu soledad conmovedora,
descanso, como laso caminante
que en la sombra de un árbol se demora.

Bajo tu amor, universal amante,
alcanzaré las luces de la aurora,
la diáfana pureza del diamante.

viernes, 28 de agosto de 2009

Adagio e cantabile

Domenico Scarlatti: Sonata en la mayor, K 208 (Adagio e cantabile). Robert Hill, fortepiano.

Suena el Adagio e cantabile de una sonata de Scarlatti, como un óceano remansado bajo las estrellas parpadeantes de una fresca noche. El pianoforte, ese piano arcaico del siglo dieciocho, lo va recitando con inefable dulzura, silabeando sus notas con infinita delicadeza, como si fuera revelándonos el ánimo de Scarlatti a la hora de escribirlas, los dramas interiores de un alma, que se traslucen por esta melodía. Mas, ¿qué late en el fondo de los sonidos? Suave gozo al que sucede una densa melancolía, como un cielo matinal que fuera ensombreciéndose por nubes lluviosas. Confesión arrobadora sin palabras. Lirismo puro.

domingo, 23 de agosto de 2009

Canción de la mar y el cielo


Sólo deseo, en el remanso
de unas horas de calma,
las olas oceánicas y eternas,
que se van sucediendo
con líquidos fragores,
y saltan, deshaciéndose en espumas,
como libres caballos.

Sólo deseo, en el ambiente
de una mañana soleada,
un ingrávido cielo,
que mis ojos inunde
con suaves esperanzas,
y me guarde, amoroso,
bajo un azul inmenso y delicado.

sábado, 22 de agosto de 2009

Guerra



De arriba abajo: Para eso habéis nacido, aguafuerte de Los desastres de la guerra, de Goya; bombardeo del ejército de Israel sobre Palestina, en el año 2009.


Traigo una rosa en sangre entre las manos
ensangrentadas. Porque es que no hay más
que sangre,

y una horrorosa sed
dando gritos en medio de la sangre.

Blas de Otero, Ángel fieramente humano



Los aviones están sobrevolando
la ciudad insegura,
cuyos largos gemidos
sobresaltan al mundo.
Con aceradas alas,
desgarran los espacios de la aurora.
Y siembran maldiciones,
lanzando bombas, Ícaros de fuego,
que reducen a escombros humeantes
el más durable muro.
En sótanos cerrados,
se esconderá la gente, silenciosa,
hasta que los aviones
se alejen, como sombras, en el viento.

Los soldados celebran
el rito de la sangre,
el triunfo del crimen y la muerte.
Y dejarán su estela:
grandes osarios, desoladas madres.
Sabemos que la historia
es un hilo de sangre derramada,
mas, viéndola de cerca,
sólo caben las voces del espanto.

Naciones agitadas
se consagran al odio,
en su danza de ménades furiosas.
La iniquidad es el mensaje
de todas sus banderas.


Nota del autor: aunque en la entrada aparezca una foto de los bombardeos del ejército israelí sobre Palestina, este poema no se refiere a la lucha entre ambos países. Es un lamento de carácter universal que condena toda guerra.

miércoles, 12 de agosto de 2009

El sueño de los justos

Vincent van Gogh: Naturaleza muerta con tres libros (1887). Óleo sobre tabla.

Al adentrarse en una biblioteca, es desolador acercarse a la sección de poesía y comprobar que los libros duermen el sueño de los justos. Nadie los hojea siquiera; nadie los ha solicitado en préstamo durante largos años. Garcilaso, Fray Luis o Quevedo siguen arrumbados en las estanterías, guardando silencio, esperando alguien a quien comunicar los caudales de belleza que atesoran. Sin duda, el menosprecio de las letras es algo común en nuestros días; un síntoma de la aguda crisis, no sólo económica, sino también de valores, que estamos atravesando. Y tengo la sensación de que, si deseamos buscar una salida a esa crisis de valores, debiéramos volver los ojos a la tradición literaria, de los clásicos griegos a la actualidad. O Europa vuelve a asumir los valores del humanismo (la consideración del individuo como ciudadano y no mero consumidor de bienes; el arte, entendido como nutrición del espíritu y no como rentable mercancía de lujo; la importancia del individuo frente a la masa) o la sociedad de consumo acabará hundiéndola en una miserable decadencia, a la que ya se dirige de forma inconsciente.

Canción de la biblioteca


En una biblioteca,
alejados del mundo en una sala,
remanso de silencio,
moran los libros de poemas.
Siglos de versos, deslumbrantes,
años de erudiciones y hermosuras
se esconden en sus hojas, esperando
las manos delicadas
que un día los descubran;
los ojos que leyéndolos despacio,
con moroso deleite,
los salven de la fosa del olvido.
Sin embargo, esos libros de poemas,
en sus estanterías,
duermen un largo sueño.
Descansan, como Lázaro, yacentes,
pero nadie se acerca
a devolverlos a la vida,
salvo yo, que sin ruido los hojeo.

Qué sensación de muerte,
desoladora,
me turba si los miro.
Cuánto me duele, en fin, su desamparo,
el silencio que guardan ante el mundo,
ese mundo insidioso
que los ha abandonado en esta sala,
igual que muebles en desvanes.

Fuera, la vida canta, en los verdores
de un parque soleado,
al que dan las ventanas de la sala.
Rodeando los muros,
bajo el azul purísimo del cielo,
fulgura la belleza.
Jacarandás erguidos
enseñan flores malvas.
Las mimosas descubren
el oro de las suyas.
Lozana yedra sube
el grueso tronco de un laurel umbroso.

El parque soleado
es el triunfo de una luz hermosa,
la apoteosis de la vida,
el suave mes de mayo.
Mas aquí, silenciosos,
en una fría sala,
sólo quedan la muerte y el olvido.

lunes, 3 de agosto de 2009

Los vencejos


En la azotea, desde
la balaustrada, miro los vencejos.
Como negras saetas,
danzan volando, con audaces giros,
en los desnudos áticos del aire.
Y los siguen mis ojos, admirados.
En un espacio libre de fronteras,
en una inmensidad vertiginosa,
ingrávidos, se mecen.

¿Qué leves garabatos
esbozan con sus alas,
afiladas tijeras de las brisas,
en la página azul de un vasto cielo?
¿Qué evanescentes formas, en las tardes,
sus vuelos insinúan,
enlazando sus hilos invisibles?
Mi alma les pregunta, silenciosa,
qué señales me envían,
qué me dicen sus vuelos.
Y sólo me responden,
lejanos en la altura, sus silbidos.

Lamentos elegiacos
de sílfides tornadas en vencejos
lloran la suave muerte
de un sol en el ocaso.